lunes, 20 de agosto de 2007

Cuando estás tan aburrido, que azotar tu cabeza contra la muralla parece una alternativa razonable, cuando no tienes nada mejor que hacer que acostarte en tu cama a mirar el techo vacío y dejar que las horas se pierdan como gotas en el mar, entonces, amigo mío, tienes exactamente lo que mereces. Una existencia vacía, sin alegrías ni emociones, una vida insípida… insustancial. Desperdiciar de esta manera tus días es un pecado mortal en contra del culto a la divinidad humana, en contra de esta nueva iglesia del antropocentrismo. Por favor considera, seriamente, retirarte de la presencia de aquellos a los que el hado ha favorecido con un pensamiento más elevado, mientras aún conserves un poco de dignidad. Me repugna tu ignorancia, tu solapado espíritu, tu adormecido vigor; me parece insolente tu alma ajena, tu vehemencia sosegada, tu ímpetu resignado. No eres merecedor del don de la reflexión, incluso en sus formas más elementales, deberías verte rebajado a la forma más insignificante pero lo más probable es que ni siquiera seas digno de aquello, me refiero a la existencia, aún en su aspecto más humilde. ¿Te parecen drásticas mis palabras?, pues a mi me parecen groseros tus pérfidos pensamientos, tus rudos modales, tus malas maneras. Veo como te ves disminuido, junto con tu presencia y me doy cuenta de lo insignificante que eres.

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